22 mar 2008

Niccoló Paganini

Génova, 1782 - Niza,1840
“Sería un ingrato si no hablase de las dulces horas que los concertistas me han hecho pasar este invierno en París. Casi todos los días, durante cuatro meses, he sido uno de los actores de la siguiente comedia: El teatro representa un pequeño estudio modestamente amueblado. Hay un enfermo junto a la chimenea que, de cuando en cuando, tose. Entran dos pianistas, tres pianistas, cuatro pianistas y un violinista. El pianista no.1 al enfermo:
-Señor, me he enterado que está muy enfermo.
El pianista no.2:
-También yo me he enterado que su salud…
Los pianistas no.7 y no.9:
-Nos han dicho que está gravemente indispuesto…
El pianista no.1:
-Vengo… a rogarle que asista a mi concierto en la sala Erard.
El pianista no.2:
-Me he creído en el deber de venir a rogarle… que venga a oír mis nuevos estudios y mi concierto en la sala Pleyel.
El pianista no.8:
-En cuanto a mí, sólo una razón me ha traído aquí, querido amigo, y es el interés por su salud. Trabaja demasiado. Hay que salir, tomar el aire, distraerse. Estoy firmemente decidido a raptarle. Mi carroza está a la puerta. Tiene que asistir a mi concierto en la sala Herz. ¡Vamos!
El enfermo:
-¿A qué hora es su concierto?
El no.1:
-A las ocho.
El enfermo:
-¿Y el suyo?
El no.2:
-Esta tarde a las ocho.
El enfermo:
-¿Y el suyo?
El no.8:
Esta tarde a las ocho.
El violinista, soltando una carcajada:
-Hay seis o siete esta tarde. He previsto que no puede desplazarse, no irá a ningún sitio, conforme a su costumbre; yo, por discreción, para no molestarle, enfermo como está, he traído mi estuche. Aquí está mi violín. Si me lo permite, tocaré mis últimos caprichos sobre la cuarta cuerda.
El enfermo, para sus adentros:
-¡Al diablo con tu cuerda, peste infernal, hazte un nudo al cuello!”

Esta pieza, surgida de la pluma de Héctor Berlioz, demuestra que algunas veces los violinistas pueden ganarles la partida a los pianistas, sobre todo cuando uno lleva el nombre de Niccoló Paganini.

Su aspecto físico

Por otra parte, su físico sugiere instintivamente a todos los que tratan de esbozar un retrato suyo un personaje casi irreal, como dotado de poderes de médium (ojos encendidos, miembros delgadísimos, manos disparadas). Todos lo presentan delgadísimo y extremadamente pálido, de aspecto físico muy débil.

Escribe Nicolás de Ghetaldi, en Venecia (1824):

“Presenta un aspecto doliente. De altura media, anda muy mal. Es muy delgado, pálido, de tez oscura. Su cabeza es demasiado grande para su cuerpo, y tiene la nariz en forma de pico. Sus cabellos son negros y largos, y jamás se los peina. Su hombro izquierdo es más alto que el derecho, debido quizás a la postura que adopta para tocar. Cuando anda, balancea los brazos… Después del concierto, estuvimos mucho tiempo charlando con Paganini, que se encontraba muy cansado. Probablemente porque cuando toca emplea todo el cuerpo; es físicamente muy débil. Mientras toca, lleva el compás continuamente con el pie izquierdo, cosa que molesta bastante. Dobla, además, la parte superior del cuerpo, para después volver a levantarla. Dos veces hendió el aire con una inclinación e hizo pavorosos gestos… Mueve la mano con tal flexibilidad, que parece no tener músculos ni huesos”.

Uno de los más vivos retratos que se han hecho de él es el esbozado por Heine, quien lo presenta en el acto de aparecer en el escenario:

“Finalmente, apareció en el palco una figura oscura, que parecía salida del Averno. Era Paganini, con su traje de gala negro: el frac negro y el chaleco negro, de un corte atroz, como quizás los prescribe en la corte de Proserpina la etiqueta infernal, los pantalones negros ondeaban horrorosamente en torno a sus enjutas piernas. Sus brazos largos parecen alargarse todavía más, cuando en una mano sostenía el violín y en la otra el arco, tan bajos que casi tocaban el suelo, mientras entretejía ante el público sus inauditas reverencias. En las contorsiones angulosas de sus miembros había una terrible leñosidad y, al mismo tiempo, algo locamente animalesco, hasta el punto de que, en ese momento, me entraron ganas de reír: pero su rostro, que al reflejo crudo de las candilejas aparecía todavía más cadavérico, parecía en aquel momento algo tan digno de compasión, algo tan increíblemente humilde, que cualquier deseo de reír quedaba sofocado por una atroz compasión. ¿Ha copiado esas reverencias de un autómata o de un perro? ¿Esa mirada suplicante es la de un enfermo en los umbrales de la muerte, u oculta acaso la pantalla de un astuto avaro? ¿Es un hombre vivo que está a punto de morir y que tiene el deber de divertir al público en la arena del arte con sus convulsiones, como un gladiador destinado a la muerte, o es un muerto que ha salido de la tumba? Todas estas preguntas se amontonaban en nuestra mente, mientras Paganini seguí hilvanando sus interminables reverencias. Pero todos estos pensamientos enmudecieron de repente, cuando el prodigioso maestro apoyó el violín en su barbilla y comenzó a tocar”.

El alma al diablo

Son innumerables las descripciones que se refieren a él como a una especie de mago relacionado con las potencias infernales, a las que debería su técnica prodigiosa. Ghetaldi, que ha ido a visitarlo al cementerio del Lido, escribe:

“Fuimos allá y encontramos una gran multitud, sentada en círculo, oyendo tocar a Paganini. Muchos había que se estaban divirtiendo, pero otros –con lágrimas en los ojos- decían que era conmovedor que este gran artista tocase todas las noches gratis para los muertos. Al volver a casa, tropezamos en la góndola con un fraile dominico que nos dijo que Paganini había vendido su alma al diablo, y que el obispo había dado órdenes de que no se le siguiese al cementerio, porque profanaba el lugar sagrado”.

En cambio, Schubert, que fue escucharlo a Viena, exclamó: “¡He oído tocar a un ángel!”

Es tal la celebridad que el virtuoso alcanza rápidamente en toda Europa, que su figura fue tomada incluso como tema de comedias. Sobre un cómico “vaudeville” titulado “Paganini en Alemania”, se expresa así el parisiense “Correo de las Damas” del 15 de mayo de 1831:

“Se espera a nuestro Paganini en una ciudad de Alemania; el alcalde (hombre soso y gran fanático de la música), espera que el sumo profesor quiera hospedarse en su casa. Ahora bien, el alcalde tiene una hija que, sin que su padre lo sepa, oculta junto a ella a su amante, al que andan buscando para meterlo en la cárcel, ya que había compuesto algunos versos mezquinos contra un ilustre señor. El alcalde ve a aquel joven y, de pronto, cree que se trata de Paganini; no hay escapatoria posible: el infeliz amante tiene que arruinarse a sí mismo o dejar que siga el equívoco. Por tanto, no trata de sacar de su engaño al padre de su amada, y tiene que prestarse a tocar algo con un viejo violín; pero el maldito instrumento no tiene más que una cuerda… No importa: hay que tocar algo admirable. El pobre amante ruega a su anfitrión que se vuelva de espaldas para gozar mejor del concierto. Entonces empieza a oírse una especia de Marcha, en la que predomina el bombo. ¡Oh, milagro! –exclama el fanático- ¡Él, Paganini, hace sonar el bombo con una suela cuerda! La llegada del verdadero Paganini pone fin a la grotesca escena, y cunde la risa.”

Su muerte

La figura de Paganini, tanto para bien como para mal, fue constantemente alterada por sus contemporáneos. Ni siquiera su muerte se salvó de la leyenda creada en torno a él. Un periódico francés divagaba así sobre los últimos momentos del gran genovés:

“En su última noche parecía más tranquilo que de costumbre. Cerró los ojos, en un breve descanso, y, cuando se despertó, pidió que le corrieran las cortinas del lecho para contemplar la luna, que, llena y tranquila, navegaba por el brillante zafiro del firmamento. En medio de este éxtasis, nuevamente se adormecieron sus sentidos; pero el aura de los bosques circundantes le despertó en el pecho aquel suave estremecimiento que es la vida de la belleza. Quiso tributar a la naturaleza las dulces sensaciones con las que se exaltaba. En la hora final, extendió la mano al encantado violín, al íntimo compañero de su peregrinación, al consolador de sus penas, y envió al cielo, con las últimas notas, el último suspiro de una existencia que fue toda ella melodía”.

La realidad, con palabras más sencillas, la refiere así un testigo presencial:

“Un violento ataque de tos, que le sobrevino cuando iba a sentarse a la mesa para comer, le privó repentinamente de la vida”.

Era el 27 de mayo de 1840. Con él se extinguía una inteligencia musical excepcional, que había revolucionado por completo la técnica de un instrumento, y que había dado origen a un “tipo” que conocería enorme fortuna en el mundo musical del siglo XIX: el del “virtuoso”.

Anexo: Obras


Niccoló Paganini fue autor de veinticuatro capricci (Caprichos) para violín solo, tres conciertos, variaciones, Sonata appasionata, y otras sonatas para violín y orquesta; doce sonatas para violín y guitarra, dos sonatas y dos sonatinas para guitarra; un cuarteto de cuerdas y catorce cuartetos para violín, viola, violonchelo y guitarra.

Gracias a Paganini, la técnica del violín da un salto impresionante, y su obra crea dificultades que él mismo se propone vencer: facilidad y variedad de la ejecución en doble cuerda, técnicas nueva en el manejo del arco (staccato volante, rebote, etc.), asociación del toque del arco con los pizzicati de la mano izquierda (pizzicati es, dejando un ratito al lado el arco, pulsar con los dedos las cuerdas del violín), cambio de afinación o "scordatura", etc.

Es un símbolo para los músicos románticos, y es tomado como ejemplo por varios de ellos. Muchos le rinden homenaje. Schumann (Estudios, Op.3 y Op.10), Liszt (Seis estudios de Paganini), Brahms (dos series de Variaciones sobre el "Capricho en La menor"), etc.



2 comentarios:

rticona dijo...

hola sara, muy bueno mis felicitaciones me llego al alma...

Sara B dijo...

Gracias Rubén! Saludos!!!!